"El producto nacional bruto (...) mide en resumen todo, excepto lo que hace que la vida valga la pena." Robert F. Kennedy, 1968

Heritage and Wellbeing: What Constitutes a Good Life?
Foto de: Belinda Fewings-Unsplash

Desde hace ya tiempo, se reconoce que la conservación del patrimonio cultural no se limita a la preservación de los bienes materiales, sino que debe salvaguardar y compartir el patrimonio para mejorar la vida de las personas y el medio ambiente. Esto supone una visión del patrimonio proactiva, como instrumento de cambio efectivo, y también refleja un movimiento geopolítico más amplio para promover la sostenibilidad y el bienestar. En este artículo, exploramos los orígenes de esta creciente toma de conciencia, y el papel del patrimonio dentro del desarrollo sostenible y el bienestar, para preguntarnos cómo se podría hacer más evidente esta conexión, y qué implicaciones podría tener para la conservación.

La visión mundial prevalente, según la cual la prosperidad es sinónimo de progreso está cambiando. Las medidas económicas como el PNB y el PIB, adoptadas desde el decenio de 1940 por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial como medio para medir el desarrollo, han sido objeto de crecientes críticas durante los últimos decenios. Y ahora los desafíos del siglo XXI, como la crisis climática, la migración masiva, la globalización, la inseguridad alimentaria, o la degradación de la tierra, entre otros, están desmantelando ulteriormente esta creencia. Cada vez más, la comunidad mundial se está concienciando de que un modelo de desarrollo basado únicamente en el enriquecimiento financiero no garantiza la mejora de los niveles de vida y, a su vez, supone una grave amenaza para la estabilidad del medio ambiente. Los actuales parámetros dominantes dicen poco sobre la forma en que se comparten los beneficios del crecimiento económico y, con ello, no abordan la desigualdad y otras cuestiones sociales primordiales. En consecuencia, cada vez son más los llamamientos en favor de un modelo de desarrollo más significativo, holístico y sostenible que refleje mejor las necesidades y aspiraciones humanas y no se limite únicamente a la seguridad económica.

Las raíces de estas consideraciones se remontan al menos al siglo XVIII y a pensadores utilitarios como Jeremy Bentham, que en 1781 propuso la producción de felicidad neta como base para determinar los méritos de cualquier acción. Sin embargo, fue el trabajo de economistas como Amartya Sen en la década de 1980 los que redefinieron el desarrollo en base a lo que este permitía realizar a las personas. El "enfoque de las capacidades" de Sen, resumido en sus propias palabras como "la expansión de las 'capacidades' de las personas para llevar el tipo de vida que valoran" ha tenido un impacto significativo, y es la base de los esfuerzos actuales para establecer un nuevo marco basado en el bienestar.

Este cambio se está produciendo en todo el mundo de forma consciente. Un gran número de países como Bután, el Reino Unido, Nueva Zelandia, Alemania y Canadá ya han adoptado indicadores alternativos para el desarrollo, que reflejan no sólo los resultados económicos, sino también los aspectos sociales y ambientales, como medio para configurar sus políticas y medir el progreso. Además, la adopción de un conjunto más amplio de indicadores para reflejar el bienestar en las estadísticas oficiales proporciona una comprensión más matizada de los contextos locales, orientando así una formulación de políticas más eficiente y pertinente, centrada en los aspectos de la vida que los ciudadanos valoran verdaderamente. Del mismo modo, las organizaciones internacionales han puesto en marcha programas para medir y promover el bienestar, como por ejemplo el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo y el Índice para una Mejor Vida de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos.

Sin embargo, el bienestar es más que un modelo de desarrollo, es una cuestión de derechos fundamentales: su inclusión en las normas jurídicas tiene sus raíces nada menos que en la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948. En ella se afirma explícitamente la conexión intrínseca entre el bienestar y los derechos humanos fundamentales, y esta conexión se ha reforzado aún más mediante su integración en la legislación posterior sobre derechos ambientales y culturales. Así pues, investido de un propósito moral, el cambio de un modelo de desarrollo puramente económico a otro más holístico es un imperativo ético que está intrínsecamente vinculado con el respeto de la dignidad humana.

¿Qué se entiende exactamente por "bienestar"?

Si bien suele asociarse con la salud humana, el bienestar es en realidad un concepto de mayor alcance, que abarca desde las necesidades físicas básicas como una vivienda de calidad decente, la nutrición, la atención sanitaria y la liberación de toda violencia y opresión, hasta los requisitos indispensables para que cada individuo pueda participar en la sociedad en toda su magnitud. El logro del bienestar es, por lo tanto, el objetivo de todas las naciones, no sólo de las que tienen economías avanzadas. En pocas palabras, el "bienestar" se refiere a los individuos y a la creación de un entorno propicio que pueda apoyar íntegramente sus necesidades físicas, mentales, emocionales, sociales, culturales, espirituales y económicas, de modo que puedan alcanzar su potencial.

Esta perspectiva holística también sustenta el modelo transversal de la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible, cuya aplicación consciente y efectiva es fundamental para el bienestar no sólo de las generaciones actuales, sino también de las futuras. Además, dada la urgente necesidad de hacer frente a la emergencia climática mundial, el requisito imperativo del desarrollo sostenible es inequívoco: un bienestar universal e inclusivo para todos los miembros de la biosfera.

Esta visión trata de mejorar los aspectos de la vida que más valoran las personas, y al hacerlo sienta las bases para un enfoque diferente de la gobernanza. Dado que lo que cuenta es variable y depende en gran medida del contexto, centrarse en el bienestar implica un enfoque base: tener en cuenta las diversas opiniones de la gente. Cuando se aplica al patrimonio, este enfoque exige procesos de toma de decisiones que respeten lo que es significativo para las personas y sus comunidades. Este cambio de paradigma pone de relieve la necesidad de enfoques centrados en las personas dentro del ámbito de la conservación del patrimonio y conecta estos enfoques a un movimiento político mundial más amplio.

¿Por qué es importante la cultura para el bienestar?

La cultura es la expresión de las múltiples costumbres, creencias y formas de hacer que definen a las sociedades humanas. Su núcleo es el conocimiento, su legado patrimonial. Por lo tanto, la cultura y el patrimonio cultural son factores fundamentales para que la vida tenga sentido.

Si bien existe un reconocimiento tácito de que la cultura contribuye al bienestar, desde el punto de vista de las políticas públicas, este planteamiento está aún en sus albores. En este sentido, el sector cultural está muy por detrás de otras áreas como la educación y la salud, cuya importancia fundamental para el desarrollo sostenible y el bienestar no se cuestiona.

Cuando la cultura se reduce a un pasatiempo recreativo, cuando no reconocemos el patrimonio como una forma de vida que vincula la subsistencia con la identidad, se pierden oportunidades de aumentar el significado y el valor de nuestras vidas. Para hacer frente a esta omisión, es necesario articular y evidenciar más claramente el impacto de la cultura en el desarrollo sostenible y el bienestar, de modo que sea reconocida por los responsables políticos, se integre en las políticas públicas y se canalice en beneficio de las comunidades en general.

Sin embargo, uno de los principales desafíos es determinar la forma de medir el impacto de la cultura y el patrimonio, especialmente cuando los marcos existentes para medir los beneficios dependen en gran medida de medidas monetarias. En consecuencia, el patrimonio cultural tiende a valorarse en función de los beneficios financieros que genera (por ejemplo, los ingresos del turismo), y no de factores ajenos al mercado que pueden tener un impacto mucho más importante en las sociedades (por ejemplo, la cohesión social). Este planteamiento supone un sesgo político que, a su vez, influye en las prácticas de conservación y gestión. El creciente interés de los gobiernos por nuevos instrumentos de medición que incorporen factores ajenos al mercado ofrece importantes oportunidades para reflejar más adecuadamente el valor de la cultura. A su vez, este hecho puede allanar el camino para un mayor reconocimiento y uso estratégico de la cultura como herramienta para el desarrollo, más allá de su potencial económico.

Promoción del bienestar mediante la conservación del patrimonio

La visión del ICCROM sobre la conservación del patrimonio se basa en la promoción de enfoques eficaces centrados en las personas, como forma de garantizar la inclusión y la diversidad, de forma que el patrimonio pueda contribuir a la vida de las personas de manera significativa para ellas. Para ello, es fundamental que las comunidades locales sean árbitros de lo que para ellos es importante, y que tengan una voz propia en los procesos de toma de decisiones que afectan a su patrimonio. A este respecto, el planteamiento del ICCROM que coloca a las personas en el centro de la conservación del patrimonio está estrechamente relacionado con la promoción del desarrollo sostenible y el bienestar.

Sin embargo, es necesario insistir más en esta relación y orientar conscientemente la conservación hacia el impacto social. Hacer hincapié en esos resultados como objetivo final de la conservación del patrimonio (es decir, más allá de la preservación del pasado material) es importante para estimular a los profesionales en el diseño de proyectos orientados a la comunidad y en el desarrollo de sistemas de gestión que beneficien a las personas, especialmente a las que se encuentran en situación de marginalidad.

Suena muy bien, ¿dónde está la trampa?

Aunque el concepto de bienestar existe desde hace mucho tiempo y se utiliza ampliamente en la investigación social y económica, falta un consenso común sobre su definición. La cuestión se complica aún más debido a la divergencia de valores entre las comunidades. Cuando se comparan los puntos de vista teóricos y prácticos de los distintos países, puede resultar difícil conciliar las diversas interpretaciones del bienestar y la forma en que las instituciones internacionales aplican este concepto a las cuestiones relativas al patrimonio local.

Además, a pesar de recibir cada vez más atención de los gobiernos, la economía del bienestar sigue siendo un campo emergente. No obstante, se han producido avances notables. En 2019, Nueva Zelandia se convirtió en el primer país en anunciar públicamente la adecuación de su presupuesto a un programa de bienestar nacional. Es significativo que dentro de este programa se incluya la identidad cultural como uno de los ámbitos clave del bienestar. Dicho esto, este marco es específico de la dinámica cultural de Nueva Zelandia y se ocupa del bienestar de los neozelandeses y no de los habitantes de otros lugares. Por lo tanto, a pesar de este avance positivo, todavía estamos muy lejos de una visión universalmente aceptada del bienestar y su conexión con la cultura.

Entonces, ¿cómo llenamos este vacío?

Para empezar a responder a esta pregunta, es necesario definir primero el significado, la aplicación y la medición del bienestar y su relación con el patrimonio. Para ello se requiere un enfoque multidisciplinar, que se alimente de sectores ajenos al patrimonio cultural para incorporar las últimas ideas sobre el desarrollo y el bienestar humanos. En particular, es necesario investigar las formas en que extraemos y evidenciamos los beneficios del patrimonio, y cómo las habilidades del lenguaje semántico y las herramientas prácticas pueden apoyar la interacción entre los profesionales del patrimonio y las comunidades locales.

Como primer paso en esta reflexión, el ICCROM celebrará un taller sobre Patrimonio, Sostenibilidad y Bienestar del 16 al 18 de diciembre de 2019.  Reuniendo a pensadores de la economía del bienestar, la legislación de derechos humanos y la práctica de la conservación del patrimonio, este evento tratará de identificar un lenguaje y unos conceptos comunes que puedan servir de base para apoyar el reconocimiento y el uso sostenible del patrimonio como herramienta para el bienestar.

Esta labor forma parte del proyecto Tracking Trends, una iniciativa de investigación del ICCROM puesta en marcha en 2018 para examinar las tendencias fundamentales de la conservación del patrimonio. Actualmente se centra en la conservación del patrimonio y el desarrollo sostenible y, en particular, en la forma en que se evalúa y representa el impacto del patrimonio en los distintos indicadores.

Conclusión

Se necesita un esfuerzo consciente para conectar los objetivos de la conservación del patrimonio con los de la sostenibilidad y el bienestar. Esto, a su vez, exige un examen detallado de cómo la sociedad civil valora el patrimonio y cómo el gobierno mide su impacto. En virtud del proverbio: "lo que se mide es lo que se hace", es evidente que se necesita una mejor representación dentro de los marcos nacionales de medición para destacar el valor del patrimonio e integrarlo mejor en áreas más amplias de la política pública. Esto es esencial para integrar el patrimonio en la planificación del desarrollo, de modo que pueda desempeñar su papel eficazmente.

------------------------------------------

Alison Heritage
Responsable de Ciencias del Patrimonio, ICCROM

Ambre Tissot
Asistente de proyectos, Unidad de Colecciones

Bashobi Banerjee
Pasante del ICCROM, Servicios de Conocimiento y Comunicación